De niño, en verano iba de vacaciones a una barraca que mis padres tenían en los Dotze Pontets, que estaban al lado del mar, delante de San Gabriel. Allí tenían barracas muchas familias de Benalúa. Tanto es así que era como una extensión del barrio. Nos juntábamos a comer o cenar varias familias en alguna de las barracas, que tenían una zona delante cubierta pero abierta en los laterales, que hacía de "sala multiusos". La relación entre vecinos era increíblemente afable, como de familia.

Llegó un momento que el ayuntamiento nos tiró de allí y tuvimos que trasladar las barracas a la zona del Pont de Ferro, que estaba en el barranco que hay entre Manufacturas (después la EUIPO) y Aluminio Ibérico (después ENDASA).

Allí pasé felices ratos, cogiendo cangrejos y lapas y pescando algún pez. Todos los años me quemaba la piel, todo el día al sol, sin la conciencia que hay ahora de este peligro. Otros niños, con la piel más oscura, aguantaban mejor.

Mi padre, que trabajaba en la fábrica de tabacos, venía a mediodía a comer, con una bicicleta que le había prestado un amigo. Él trabajaba esos meses de verano pues, aunque tenía sus vacaciones, éstas podían ser en cualquier momento del año, ya que la fábrica no paraba.

Como las barracas estaban a pocos metros de la orilla, por la noche oía las olas estrellarse contra las piedras y después el ruido de éstas al arrastrarlas el agua en su retirada. Entonces comprendí lo de “cantos rodados”. Todas estaban completamente lisas. Evoco ese sonido cuando voy a dormir, porque me sosiega y relaja.

En las fotos adjuntas, de 1954, se puede ver la piña que hacíamos las familias Sancho-Toro (la mía), Riera-Mateo (la de Santi) y Heredia-? (la de Manoli). En la otra con mis padres y hermanos. Yo soy el mediano. De fondo, siempre el castillo de Santa Bárbara.